Panadería El Molino cierra sus puertas

La esquina de Bartolomé Mitre y Santiago del Estero tuvo, hasta hace pocos días, uno de los comercios más antiguos de la ciudad que, en el mismo lugar, se mantuvo en el rubro de panadería. Una larga y rica historia en la cual, al mismo tiempo, convergen infinidad de recuerdos y testimonio de quienes, a lo largo de tantos años, fueron clientes de la misma.
Panadería “El Molino” ha cerrado sus puertas y, con ella, se va un fragmento de la historia nuevejuliense, de la vida cotidiana de un barrio, de una época. Como abriendo un impás o escribiendo un final, cierra sus puertas con el final de la segunda década del siglo XXI, como en una rara coincidencia; pues, esta panadería, había nacido en la la segunda década de la centuria pasada.

UN POCO DE HISTORIA
La atractiva historia de la Panadería “El Molino” comienza cuando don Juan Font arribó a la Argentina, proveniente de España, de Cataluña, hacia 1910. Al poco tiempo, también lo haría su esposa, Rosalía Martí.
Primero se estableció en Carlos Casares para trabajar en un molino harinero. A mediados de 1915 funda en 9 de Julio su panadería, en la esquina de la avenida Bartolomé Mitre y Santiago del Estero, con el nombre de Panadería «El Globo». Años más tarde comienzan a trabajar junto a Don Juan, dos de sus seis hijos, Juan y José («Pepe»).
Los hermanos Juan y José «Pepe» Font estuvieron hasta 1973 año en el que fue vendida a Severo Citro y su su esposa, Erilda Matorra. Ellos le confirieron un toque de modernización edilicia, tanto en la fachada como en su interior. A partir de entonces, adoptó la denominación de Panadería «Citro».
En ese tiempo, ingresó como cadete Gustavo Cingolani quien, a la sazón, comienza a aprender el oficio de panadero junto a otros empleados.

UNA NUEVA ETAPA
Tras el fallecimiento de Severo, su esposa Erilda quedó al frente de la panadería. Tiempo después, Gustavo, acompañado por su esposa Lili, se hacen cargo de la panadería.
En 1992 la familia Cingolani la adquiere, incorporándose la madre de Gustavo, su hermana Miriam y Oscar.
La panadería adopta entonces un nuevo nombre: «El Molino», como homenaje al viejo molino a viento que se encuentra instalado en el patio del amplio solar y que puede verse desde el exterior conformando una clásica postal urbana.

LA DECISIÓN DE
CERRAR
Durante muchos años, los hermanos Cingolani, al frente de la panadería, brindaron lo mejor de cada uno, en el legítimo afán de brindar la mejor calidad en sus panifi cados.
Gustavo, el panadero, trabajando en la cuadra, veterano de la Guerra de Malvinas, enorgulleció al barrio y a su comunidad; Oscar, a cargo de la atención al público, siempre amable, cordial y solícito.
El edificio fue vendido hace unos meses y Oscar y Gustavo Cingolani tenían decidido cerrar sus puertas el 31 de marzo. Sin embargo, debido a la situación sanitaria generada con la pandemia de coronavirus, que motivó la presente cuarentena, los llevó a cerrar antes.

EN EL CORAZON
DE SU BARRIO
Panadería “El Molino” no fue meramente una venta de panificados, un despacho de productos; fue, ante todo, un lugar acogedor que, recibió cada día a sus clientes con una natural familiaridad. Lugar de encuentro entre los vecinos, allí no faltaba el intercambio amable entre el vendedor y sus vecinos, los comentarios sobre algún tema de actualidad o sobre las novedades de la vida de la barriada. No faltó la risa y la alegría ante la buena nueva festiva o risueña y, por qué no decirlo, también alguna lágrima frente a una noticia triste.
Fue, en efecto, no solamente la panadería sino, un poco también, el corazón del barrio. Y, ahora, que ha cerrado sus puertas, será en otros muchos corazones donde “El Molino” habitará: el corazón de los vecinos, los clientes y los amigos que la recordarán con nostalgia.
AGRADECIMIENTO
Oscar y Gustavo Cingolani agraceden y saludan afectuosamente por este medio a clientes, proveedores y amigos que, durante tantos años, los han acompañado en la tarea diaria de hacer y vender el pan y sus derivados.

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